Ferran Adrià Acosta, barcelonés de 40 años, es, para mucha gente, el mejor cocinero del planeta. Y si no es el mejor para todos, nadie se atreve a discutir que es el más creativo y revolucionario: el hijo de un estucador que rechazó estudiar empresariales para vivir la aventura de la hostelería veraniega en casas de comidas costeras y bares de tapas dudosos. Durante el servicio militar en la Armada de Cartagena, aceptó la propuesta de un amigo para ingresar como pinche en El Bulli, un restaurante prestigioso del cual no había oído hablar hasta entonces y que él ha situado, dos décadas después, en primera fila mundial y en el establecimiento más mitificado de España.
Profesional autodidacta, obseso del trabajo, hombre sencillo poco dado a la soberbia, algo tímido, afectado de una ligera tartamudez, con vocación didáctica y cerebro en constante ebullición. Un chef, cuyos hallazgos están siendo imitados o adaptados en todo el mundo pero que imparte su doctrina y recibe a sus fieles tan sólo siete meses al año, en su santuario del litoral gerundense, la inaccesible Cala Montjoi de Roses, ungido con tres estrellas en la Guía Michelín.
Sus recetas rompen esquemas y construyen un universo de sabores, texturas y sensaciones insólitas, jugando con las combinaciones: crudo-cocido, dulce-salado, duro-blando, frío-caliente. Los alimentos cambian de color, de forma y de consistencia. Gelatinas calientes, sorbetes salados, sistemas de cocción futuristas, espumas inverosímiles... Cada plato ha de comerse de una forma determinada. Cada bocado es un juego. El resultado es una experiencia que no deja a nadie indiferente. Pero para llegar hasta aquí ha pasado muchas horas en su cocina, mejor dicho, en su laboratorio, en el que trabaja los cinco meses que cierra El Bulli y donde jugando con las materias primas ha llegado a inventar la cocina de la deconstrucción que, según él, consiste en utilizar y respetar armonías ya conocidas, transformando las texturas de los ingredientes, así como su forma y temperatura.
Es un hombre incansable y su imaginación parece no tener límites. Además de crear todos los años una nueva carta para el restaurante que dirige junto a su socio Juli Soler, ha creado El Bulli Catering, para ofrecer algo distinto a banquetes y recepciones; es asesor de [La Terraza del Casino] de Madrid y el restaurante [La Alquería], dentro del hotel de lujo Hacienda Benazuza, en San Lúcar La Mayor (Sevilla). Aquí se preservan sus mejores recetas y cualquiera puede pedir el plato estrella de un determinado año. Y todavía no ha acabado su lista de ideas y proyectos, algunos de ellos ya materializados y otros muchos camino de serlo. Es el creador del concepto nhube , espacios en los que se combina gastronomía, descanso y ocio; de la fast-good, comida rápida de calidad; del bulliolor, ambientadores para determinadas comidas; del espesso, un café sólido...
El Bulli, un restaurante avalado por tres estrellas de la Guía Michelín, abre sólo siete meses al año y todas sus reservas se agotan de una temporada a otra. El culpable, su jefe de cocina, Ferrán Adrià, considerado el mejor chef del mundo y el artífice de la revolución de la cocina del siglo XXI. Este creador catalán de sabores y texturas ha inventado, además, nuevos conceptos de restauración que están abriendo nuevos caminos en el mundo de la gastronomía.
Ferrán Adrià: "Hoy, con los progresos de la comunicación, la cocina ya no es un monopolio europeo o americano". "El mundo es grande. China, Japón, Brasil... el futuro nos permitirá compartir las culturas. Es lo contrario de la globalización"
He de confesar que su declaración me ha hecho pensar. Todavía hoy cocinamos muchas veces pensando en la receta de la abuela, aferrados a gustos y sabores que nuestra medio nos impone. Aunque soy partidario de profundizar en la ortodoxia del lugar, cada vez que viajo a un continente diferente me admiro de la riqueza que a modo de patrimonio de la humanidad tenemos a nuestra disposición y disfrute.
Algunos de los últimos países que hemos visitado México, Chile y Perú son un buen ejemplo de este patrimonio y del potencial que se nos abre, especialmente dentro de una misma lengua y de una tradición de relaciones culturales e históricas.
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