En los paseos por el de la Recoleta pasan cerca de dos mil personas por semana. Los visitantes dicen que con el recorrido conocen parte de la historia del país. Y se amontonan delante de la tumba de Evita.
Si me acompañan por aquí...". Bañada en oro, la cúpula de la bóveda que guarda el cuerpo de Leloir, el ataúd subterráneo de Eva Perón en ese pasillo escueto, los gatos negros que merodean sus leyendas por las tumbas. Sí, la acompañan por allí. Son cientos de japoneses, jamaiquinos, estadounidenses, sudafricanos, argentinos que participan a diario de las visitas guiadas gratuitas que el Ministerio de Espacio Público organiza por el cementerio de La Recoleta. Es el nuevo boom del circuito turístico porteño: extranjeros y locales que eligen conocer Buenos Aires por su pasado, por sus muertos.
Turista de frente, bóveda de fondo. Es la postal típica del grupo "Do you speak English?", una procesión de visitantes de los cinco continentes que eligen un paseo diferente: el "necroturismo". Y hay visitas guiadas para todas las lenguas: en inglés, en español, en italiano y en portugués. Según los datos del Recoleta, de martes a viernes lo recorren unas 240 personas por día y unas 1.000 entre sábados y domingos.
Con cámaras cada vez más diminutas, la de Eva Perón es la bóveda más solicitada. "Quiero un picture con Eva", dice un viajante japonés y se estampa contra la pared de granito que la alberga. No habla una palabra de español, pero alcanza a tararear "no iores por mí" y es evidente que conoce a Eva de algún musical. "Buenos Aires es muy popular en los Estados Unidos, por eso importa que haya tours en inglés. Dicen que es como París en América latina", opina Gimena Gordillo, una argentina residente en Nueva Orleáns.
Pasean por algunos de los 4.870 sepulcros y desbordan a la guía con un sinfín de preguntas: que pasó con el cuerpo de Eva, qué significan las antorchas con la llama hacia abajo, qué simboliza la serpiente que se muerde la cola. Marta Granja, la guía en cuestión, despliega una historia de bolsillo, doblada al inglés e inevitablemente simplificada. Patricia Salao, encargada de las visitas habladas en castellano, les explica que las antorchas con la llama hacia abajo simbolizan "la vida que se extingue", que la serpiente que se muerde la cola alude al principio y al fin.
"Hay que conocer un cementerio para saber de un país", dice Evelyn, recién llegada de Jamaica. Y está en lo cierto. El de La Recoleta es el primer cementerio que tuvo la Ciudad y guarda 185 años de historia. Están los restos de Sarmiento y de otros 17 presidentes, los de Eva Perón, los del Premio Nóbel, Federico Leloir. Están los de Facundo Quiroga, Juan Manuel de Rosas, Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo. Y hasta están las piezas de casos que aún no fueron resueltos: la bóveda de María Marta García Belsunce, por ejemplo. "Para mí es una reivindicación histórica", dice Mariano, un santafesino que llegó a Buenos Aires para conocerla de otra manera.
Y hay bóvedas de ignotos envueltas en telarañas que no son visitadas por nadie, que no son cuidadas por nadie. "It's a shame", piensa al aire una viajante made in Toronto. "Es una pena", o "es una vergüenza", como se quiera entender. Lo cierto es que como las bóvedas se vendieron a perpetuidad, cada dueño debe hacerse cargo de la suya. Acaso esas criptas abandonadas, las pocas flores marchitas y la procesión de hombres de negro que escolta al cajón que acaba de ingresar, son las que le devuelven el aire lúgubre a un cementerio afamado por lo coqueto. Ya lo dice Evelyn: "El Recoleta habla de la gente, de sus clases sociales. Hay que ser algo prestigioso para ser enterrado en un lugar como éste". Y está en lo cierto: bóvedas que se compran, que se venden, que se heredan y que pueden costar entre 15 y 300 mil dólares. El criterio, aunque parezca chiste, depende "de la vista que tenga", o del muerto que se tenga al lado, cuenta Salao.
Locales y extranjeros desfilan por historias, por leyendas: como la del cuerpo de una muchacha que apareció rasguñado. Cuentan algunas versiones que podrían haber querido robarlo. Cuentas otras que podría haber sido enterrado viva, en un ataque de catalepsia. Dicen que dijeron. Quien sabe. Un millar de historias inmortalizadas en esculturas.
Pero los turistas se llevan otras sorpresas: "Estoy muy impresionada. Es inusual para mí encontrar un cementerio en el medio de la ciudad porque en Jamaica están ocultos en los suburbios", explica Evelyn. Y aparecen chilenos, uruguayos, españoles haciendo conos de sombra con las manos, espiando el interior de las bóvedas a través de los vitrales: colando sus cámaras de fotos para capturar féretros. Sucede que en muchos países los ataúdes no están expuestos sino que están ocultos en sarcófagos o en nichos. Es sabido: a lo largo de la historia, cada pueblo venera y entierra a sus muertos según sus creencias, sus tradiciones.
"Este lugar habla de la gente que está y de la que se fue. Es el presente y el pasado de un país", dice Martín, un sudafricano de pelo claro y piel enrojecida. Y sigue su recorrido por criptas y mausoleos que conviven en silencio. Un lugar en donde el tiempo parece haberse detenido. "Una cita con el pasado", piensa en voz alta.
INFORME: Gisele Souza
No hay comentarios:
Publicar un comentario