sábado, 24 de noviembre de 2007

Para comer, toque timbre

Ahora, para comer hay que tocar timbre
Surgen cada vez más restaurantes en viviendas particulares que ofrecen exclusividad y discreción"Carmen, ¿qué hay para comer hoy?" La pregunta, que bien podría escucharse en una casa de familia, fue formulada por un joven que, luego de pasar por una puerta naranja con la consigna "golpee fuerte", entraba en Providencia, un muy discreto restaurante del barrio de Palermo. Con mesas rústicas y variada vajilla de distintos orígenes, este antiguo frigorífico propone un menú diferente cada día y forma parte de un nuevo concepto que se está gestando en el mundo gastronómico. A diferencia de los restaurantes y bares que abrieron durante los años noventa, en donde la ubicación, el tamaño y la publicidad predominaban, hoy la tendencia son los lugares discretamente ubicados, con pocas mesas y con una difusión de boca en boca. "Por favor, no publiques la dirección", es lo que piden los dueños de los restaurantes y bares a puertas cerradas, en los que se necesita saber del lugar para llegar a la puerta y tocar el timbre o golpear para poder entrar. Siempre, claro, con reserva previa. "El que viene es porque lo decide. No tenés gente de paso porque el lugar no se ve", explica Agustín Bertero, jefe de barra de Ocho7Ocho, un bar restaurante que, ubicado en una zona poco transitada de Palermo, intenta recrear el juego de la clandestinidad de los bares de la década del 20, con la ley seca, en los Estados Unidos. "A los clientes les encanta entrar y que no los vean", cuenta Agustín, y añade que el target del bar es el bon vivant , aquél que disfruta de la comida y la bebida. Como en casa Daniel Perlman, un chef y sommelier neoyorquino instalado en Buenos Aires hace un año y medio, abre dos veces por semana las puertas de su departamento, en Recoleta, y recibe a doce personas. "Es una reunión social con intercambio cultural. Las personas se sientan juntas, sin conocerse", explica Daniel. Con sólo dos mesas -una para ocho y otra para cuatro-, Casa Saltshaker propone un menú diferente cada semana. "Empezamos con amigos y ellos fueron invitando. Vienen muchos expatriados, algunos argentinos y turistas", cuenta el chef. La propuesta es de cinco pequeños platos por 60 pesos y Daniel permite que los comensales lleven su propio vino, tornando todavía más fuerte la sensación hogareña. "No es un negocio lucrativo, pero es suficiente para pagar mis expensas a fin de mes", observa el neoyorquino. También en Palermo, en una casa chorizo que desde afuera no dice nada, está Almacén Secreto, un restaurante que con sólo siete mesas ofrece especialidades norteñas tres veces a la semana. "La calidad artesanal sólo se logra con poca gente", explica la dueña, la actriz María Morales Miy. Con una publicidad de boca en boca, María cuenta que esta tendencia posiblemente responda a cuestiones prácticas. "Es lo que estaba dentro de mis posibilidades físicas. La gastronomía es superesclavizante", sostiene. En un lugar un poco más alejado, una residencia colonial con fachada celeste es, dos veces al mes, un restaurante que ofrece un menú de tapas para 35 personas. "La idea es dar a conocer nuestra propuesta: la fusión de gustos, los platos decorados, las mesas compradas en remate", cuenta Martín Mangiaterra, uno de los dueños de Caracoles para Da Vinci, que funciona en la casa donde vive Sofía Marrone, la chef del lugar. El precio ronda los 40 pesos y Mangiaterra observa que sus clientes son principalmente argentinos y algunos turistas. "Nos manejamos sólo con reserva. Desde afuera es una casa con un timbre", explica. En una antigua casona de dos pisos, en Belgrano, MAAT Club Privado propone recordar la tradición de los clubes ingleses. El exclusivo lugar, al que se puede ingresar mediante el pago de una membresía de 2000 dólares anuales y cien pesos mensuales, cuenta con varios salones decorados al estilo inglés. Frecuentado por la clase alta de los negocios, según cuenta Francisco Julián, su dueño, el club ya cuenta con cien miembros en un año. Cuando lleguen a 500 miembros, el club cerrará la admisión y subastará las membresías que se vayan liberando entre una lista de espera. En esta misma línea, 647, en San Telmo,es un restaurante que, después de las 2 de la mañana, se convierte en una disco a la que sólo pueden ingresar los miembros. Entrar en este mundo cuesta 2000 pesos anuales. En Balvanera, una puerta, un ventanal de vidrio esmerilado y un timbre son la carta de presentación de Yuki, un exclusivo restaurante que, con un cartel puertas adentro escrito en japonés, ofrece comida tradicional japonesa de alta calidad. "Viene gente que busca tranquilidad y un ambiente familiar", cuenta Emi, la esposa de Kazuo Kaneto, el dueño. Con sólo ocho mesas, la entrada en el salón a través de una cortina evoca las costumbres japonesas. El lugar, que recibe turistas y argentinos "que han comido en el exterior" -según señala Emi-, es representativo de una tendencia gastronómica que, con sólo tocar un timbre, permite regresar a sensaciones más hogareñas.

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